Tenemos por costumbre creer que
todo lo que no tiene relevancia, en cierto periodo de nuestra vida, ya la ha
perdido definitivamente. Tenemos la mala costumbre de dejar descosidos a medio
coser mientras que “no se noten”. Tenemos por habitual, dar por sentado que cuando algo pasó de largo es porque tuvo que pasar. Casi nunca nos cuestionamos las
circunstancias en las que nuestro camino tomo otro rumbo diferente al de
aquello que ya consideramos “olvidado” hasta que vuelve a ser “recuerdo”.
Soy consciente de que la mayoría
de los que estáis leyendo ya andaréis divagando entre historias de amor
frustradas o amistades perdidas; siento decepcionaros. No me limito a las relaciones personales, de
mayor o menor intensidad, que por una circunstancia u otra algún día terminaron
(aunque también podemos aplicarlo). Hablo de todas aquellas oportunidades que
tuviste un día; el día equivocado, de planes arriesgados que distes por
insólitos en algún momento, de ese “yo nunca lo haría”, de tus mayores temores
y más grandes esperanzas. De lo que yo hablo es de todo ese conjunto de
experiencias, sensaciones, miedos, locuras… guardados en el cajón de todo
aquello que un día decidiste no vivir y por ello creíste que la papeleta
correcta para la mudanza era la de “objetos olvidados”.
A mí, con la palabra, me pasa
algo parecido. A veces escribo términos, conceptos, que no creo adecuados para
mi nivel lingüístico, literario, retórico o como queráis llamarle y por ello me
postro, me siento demasiado pequeña, decido borrarlos y los doy por olvidados. Entonces,
después de haber escrito unos cientos de folios más, me doy cuenta de que
necesito un término menos simple al empleado y es ahí cuando me acuerdo de mis
olvidos; que por no guardarlos en el cajón de “pendientes” son tan sólo recuerdos que no pueden hacerse realidad. Y una vez más; me queda “literatura” vacía.
Dicen que todo lo que se aprende
en la vida es bagaje personal, que nada se debe desechar, ni siquiera aquello
que te ha provocado el dolor más insufrible. El ser humano tiene la virtud de ser
un animal inteligente capaz de transformar las emociones, por ello hagamos como
hace la materia (quizás más sabia que nosotros); no creemos de la nada, ni
destruyamos lo que se nos ha dado, tan sólo transformemos todo aquello que nos
rodea en vistas a nuestro propio beneficio. Probablemente algún día del resto de
tu vida será el momento adecuado para hacer aquello sobre lo que una vez pensaste “yo nunca lo haría”, no te sientas mal por serle infiel a tu promesa y siéntete
valiente por haber sido capaz de ir más allá de ella.
Por desgracia, como enunciaba Juan Cruz “Ahora vivimos en
ese olvido en cuyo cajón está metido el sueño de las palabras, en este país en
que el puño parece hablar más que la mano”
Si todo fuera olvidar y recordar a nuestro antojo, la vida
sería lo sencilla que nadie dice que es. Pero, no la compliquemos más de la
cuenta, no neguemos lo obvio y tampoco seamos demasiado evidentes. Adaptarse es
la clave que lo mueve todo en este mundo, sólo con todas las armas en el cajón
de “quizás algún día” la adaptación a lo que quiera que sea que nos depara el
futuro será posible.
Y se consciente; recordar y olvidar son sólo eufemismos de la
palabra “vivir”, y lo malo de las palabras es que siempre se las lleva el
viento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario